Historia de caballo

El antepasado del caballo actual, el Eohippus, vivió hace 55 millones de años. Este ancestral caballo galopaba por el continente americano. En el transcurso de millones de años, el Eohippus creció, pasó a llamarse Mesohippus y después Merychippus. A continuación surgió el Pliohippus, el primer caballo con la pezuña unificada. Se llegó por fin al tipo Equus, del que derivaron tres categorías de caballos: la raza Przewalski, el tarpán de las estepas y el tarpán de los bosques. Fue hace 30.000 años cuando el hombre entró en contacto con la especie equina.

 

 

Sabemos esto gracias a las pinturas ruprestres de las cuevas de Lascaux (sur de Francia). Unas tablillas de arcilla, grabadas hace 4.000 años, nos muestran que los primeros hombres que domesticaron a los caballos eran nómadas. En aquel entonces se les consideraba como ganado, cuya piel se empleaba para fabricar tiendas y ropa, y los excrementos secos, como combustible.

Progresivamente el hombre se dio cuenta de la fuerza del caballo y seleccionó los mejores tipos para acarrear cargas y tirar de ellas. Poco a poco, el caballo ganó importancia para el ser humano. Algunos jefes de clanes fueron incluso enterrados junto a sus monturas. Los caballos que se utilizaban en los combates eran, evidentemente, más grandes y rápidos que el resto. Los asirios fueron renombrados jinetes: cabalgaban sentados sobre mantas o cojines, pues la silla con armazón de madera no empezó a usarse hasta mucho más tarde. En la Edad Media, dado el uso cada vez más frecuente del arco, los equipamientos defensivos se hicieron más pesados. Pero en el Renacimiento, la moda del caballero con armadura quedó desfasada. Lo que no se perdió fueron las evoluciones habituales en los combates: saltos de escuela, piruetas y cabriolas. En toda Europa se crearon escuelas de equitación. Pero la aparición del armamento moderno acabó por dejar obsoleta la consideración del caballo como animal de combate.